Carlitos Gardel está solo y espera en esta, la última esquina de Buenos Aires, en el corazón de la Chacarita. El zorzal se convirtió en bronce, ese bronce que solo alcanza a los grandes. Con flores a sus pies, rodeado de placas que le agradecen ser como fue y la musa de la música transida de dolor que lo acompaña en mudo contrapunto. Carlitos Gardel sostiene un pucho entre sus dedos, que sus admiradores, a 70 años de su muerte, aún le convidan para aliviar su larga espera.
Esta, comenzó el 24 de junio de 1935, cuando se estrelló el avión que partía desde Medellín para una gira por América Central. Mucho se especuló sobre esta muerte impensada. Se habló de una rivalidad entre pilotos y hasta de disparos en la cabina, más cuando se encontró en el tórax del Zorzal, una bala. Pero ésta había estado allí desde hacía más de veinte años, cuando en una noche de copas fue atacado por tres jóvenes “pitucos” en un confuso episodio.
Armando Delfino –su apoderado desde que Gardel se peleó con Razzano por manejos turbios de su fortuna- tuvo que comunicarle a Berta Gardes la infausta noticia. Berta se encontraba en Toulouse, Francia y desde allí autorizó que su hijo fuese enterrado en Buenos Aires como hubiese sido su voluntad.
Al arribo del féretro se instaló una capilla ardiente en el predio del viejo Luna Park. Allí llegó el 5 de febrero a las 13 horas. Durante catorce horas, un desfile ininterrumpido le brindó el último adiós al ídolo. Como cierre dramático, las orquestas de Canaro y Lomuto ejecutaron el tango “Silencio”.
En la madrugada del 6 de febrero se procedió a un cambio de ataúdes. La multitud se abalanzó sobre el féretro vacío, al que redujo en pocos minutos a astillas que atesorarían como verdaderas reliquias. Una carroza tirada por ocho caballos negros condujo los restos mortales del Zorzal hacía el cementerio de La Chacarita. Jamás se había reunido una multitud semejante, ni aún la que acompañó los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932 podía compararse con esta muestra de fervor ciudadano.
El ataúd fue depositado en el Panteón de los Artistas donde Alberto Vacarezza pronunció un discurso en honor al amigo perdido. Raúl González Tuñon puso versos a esa jornada, “…si parece mentira saber que yace allí, polvo, ceniza, nada, quien tanto amó al amor, a la gente, a la vida”.
Pasaron veintiún meses hasta que los restos de Gardel reposaran en este mausoleo construido para su eterno descanso. Su madre, su querida madre, se unió a su hijo el 7 de julio de 1943, después de haber visitado cada semana durante todos esos años, la bóveda que entonces ella pasó a habitar.
El mausoleo, al igual que el de la Madre María, son objeto de la veneración popular, en lo que Horacio Salas dio en llamar “una suerte de canonización laica”. Algunas placas agradecen “favores concedidos” y hasta curaciones sobrenaturales.
La inocente humorada de colocar un cigarrillo entre los dedos de la estatua, forma parte de esta liturgia gardeliana. Con los años, el mausoleo se convirtió en improvisado escenario para cantores aficionados que homenajean al Troesma evocando sus antiguos éxitos. De allí esta frase tan porteña: “Andá a cantarle a Gardel”, El Mudo, El Zorzal Criollo que cada día canta mejor.
El 7 de noviembre de 1937 se inauguró dicho mausoleo. La escultura es obra de Manuel de LLano. El 12 de diciembre del 2006, el Poder Ejecutivo Nacional dictó el decreto 1939 por el cual declara Sepulcro Histórico, a la bóveda que guarda los restos de Carlos Gardel.
Entonces comenzó el trayecto póstumo del cuerpo de Gardel, que debió ser trasladado a New York por el vapor “Pan América” que lo condujo hasta el puerto de Buenos Aires, con forzadas paradas en Río de Janeiro y Montevideo. No fue fácil este trayecto y una parte del viaje, el féretro del Zorzal fue transportado a lomo de mula por las montañas colombianas.
La Comisión pro Homenaje que el mismo Delfino presidía (y que contaba con figuras como Francisco Canaro, Azucena Maizani, Jaime Yankelevich, Mercedes Simona, Libertad Lamarque y otras estrellas locales), comenzó los trámites ante el Consejo Deliberante para erigir un mausoleo en el Cementerio de la Chacarita. A instancias del concejal Boullosa, se presentó un proyecto para la cesión de dos lotes en este cementerio. Una colecta popular juntó dinero para la construcción del mausoleo, pero un malintencionado comentario periodístico sobre el posible desvío de los fondos, obligó a la Comisión a poner fin a la colecta. La madre de Gardel finiquitó la obra de su propio peculio (de los $ 19.345 que costó la bóveda, la señora Gardel aportó $ 14.369, incluyendo un catre más para su propia sepultura).
El joven escultor marplatense Manuel del Llano fue designado para la ejecución del bronce de Gardel y la musa que lo acompaña.
Al arribo del féretro se instaló una capilla ardiente en el predio del viejo Luna Park. Allí llegó el 5 de febrero a las 13 horas. Durante catorce horas, un desfile ininterrumpido le brindó el último adiós al ídolo. Como cierre dramático, las orquestas de Canaro y Lomuto ejecutaron el tango “Silencio”.
En la madrugada del 6 de febrero se procedió a un cambio de ataúdes. La multitud se abalanzó sobre el féretro vacío, al que redujo en pocos minutos a astillas que atesorarían como verdaderas reliquias. Una carroza tirada por ocho caballos negros condujo los restos mortales del Zorzal hacía el cementerio de La Chacarita. Jamás se había reunido una multitud semejante, ni aún la que acompañó los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932 podía compararse con esta muestra de fervor ciudadano.
El ataúd fue depositado en el Panteón de los Artistas donde Alberto Vacarezza pronunció un discurso en honor al amigo perdido. Raúl González Tuñon puso versos a esa jornada, “…si parece mentira saber que yace allí, polvo, ceniza, nada, quien tanto amó al amor, a la gente, a la vida”.
Pasaron veintiún meses hasta que los restos de Gardel reposaran en este mausoleo construido para su eterno descanso. Su madre, su querida madre, se unió a su hijo el 7 de julio de 1943, después de haber visitado cada semana durante todos esos años, la bóveda que entonces ella pasó a habitar.
El mausoleo, al igual que el de la Madre María, son objeto de la veneración popular, en lo que Horacio Salas dio en llamar “una suerte de canonización laica”. Algunas placas agradecen “favores concedidos” y hasta curaciones sobrenaturales.
La inocente humorada de colocar un cigarrillo entre los dedos de la estatua, forma parte de esta liturgia gardeliana. Con los años, el mausoleo se convirtió en improvisado escenario para cantores aficionados que homenajean al Troesma evocando sus antiguos éxitos. De allí esta frase tan porteña: “Andá a cantarle a Gardel”, El Mudo, El Zorzal Criollo que cada día canta mejor.
El 7 de noviembre de 1937 se inauguró dicho mausoleo. La escultura es obra de Manuel de LLano. El 12 de diciembre del 2006, el Poder Ejecutivo Nacional dictó el decreto 1939 por el cual declara Sepulcro Histórico, a la bóveda que guarda los restos de Carlos Gardel.
Libro: Ángeles de Buenos Aires – Historia de los Cementerios de la Chacarita, Alemán y Británico
Autores: Hernán Santiago Vizzari y Dr. Omar Lopez Mato
Editorial: Olmo Ediciones – 2011
Distinción: Declarado de Interés Cultural por la Legislatura Porteña